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Aunque fuera de concurso, atención a la foto que nos manda Acedre para Hai Roupa Tendida 2006. Los Estados Unidos de América en estado puro. Ahía va Tendal country:

Aprovecho para anunciar que, después de mucho palillar, de dejar trabajo adelantado, de torear con bancos, notarios, agentes inmobiliarios, chupatintas, mangoneadores, carpinteros, periodistas, fontaneros, electricistas y otros señores con mono que entran y que salen continuamente, la comunidad de propietarios ha decidido irse de vacaciones cuando nadie se va. Así que el lunes sacaremos la caravana del letargo para irnos no demasiado lejos, pero sí lo suficiente como para que nos dé el aire. ¿Qué tal los Picos de Europa? Pues eso que, pasada la semana santa, empieza una santa semana de vacaciones (para ser exactos, trece días). Admito toda clase de comentarios de rabia, enfado y cualquier otro tipo de expresión de sana envidia. Quizás escriba algo más de aquí al lunes pero, por si acaso, salud y República.

Después de la tempestad

No sé si empezar pidiendo disculpas, dando las gracias o poniéndome colorado. Por si me asaltó alguna duda, me ha quedado sobradamente claro que los que valéis la pena le ganáis por goleada a los hijos de puta, así que intentaré hacer lo posible por hacer oídos sordos a las palabras de los hijos de puta -se me acabó la paciencia, así que le llamaré a cada uno por su nombre- y continuaré en la brecha. De verdad que no era mi intención echar la llorada, pero reconozco que, precisamente en este momento, no me han venido nada mal los espaldarazos. Gracias a todos. Dicho esto y, sin más, vamos a arrancar de nuevo ahora que el motor está todavía caliente. Y nada mejor que la foto que me manda mi amigo Juan Méndez sobre una disciplina que desconocía completamente, el agro-tunning, que es una mezcla de agro pop art, motor, agricultura y ganadería. La imagen está sacada en Cacabelos, en el Prada a Tope, y no tiene desperdicio. Por cierto, el amigo Skullrider ha quedado de mandarme otra estampa cachonda de la Galicia de todos los días, de la que no sale en las guías de viaje, y aprovecho para decirle que venga, que ya tengo medio diseñada una historia para ilustrar la foto -cosa que, aunque parezca un contrasentido, no lo es-. Ahí va lo del Prada. Sólo se me ocurre decir: «¡Que pasa neeeeeeeeno! Y gracias de nuevo. Nunca choveu que non escampara…

Cansancio

En más de una ocasión se me ha pasado por la cabeza suicidar este proyecto. A fin de cuentas, lo mismo que yo lo creé, yo puedo hacerlo desaparecer. Abro una ventanita, introduzco unas claves y ¡zaca! a tomar viento el rabudo. Hay días, como hoy, en los que me gustaría dedicarme a un trabajo anónimo como fabricar muebles o colgar lámparas, una profesión manual y mecánica que me permitiese dormir tranquilo, con la seguridad de que, al día siguiente, nadie tendrá nada que objetar a mi labor de la jornada anterior. Pero no es así. Las circunstancias me han llevado a dedicarme a una tarea que, a menudo, se convierte en diana de dardos de mala baba, de críticas sin sentido, de reproches, de ataques, de desprecio… Los que nunca te dan una palmadita en la espalda están al acecho para ladrarte si has metido la pata. O si no la has metido pero les apetece pagarla contigo. Este trabajo tiene mucho en común con el de los árbitros y los entrenadores de fútbol; todo el mundo parece estar más capacitado que el míster o el colegiado y todo Dios sería un crack con el pito y con el banquillo. Pues aquí es lo mismo. Haces algo y te salen fulanos de debajo de las piedras que, todos llenos de razón, te critican por haber usado un idioma u otro; por haber escogido a tal personaje y no al otro; por haber preguntado lo que no debías; por haber omitido lo que tenías que preguntar… Tengo decenas de correos de personas que han tenido el valor suficiente -cosa que agradezco- para lanzarme las críticas a la cara sin contemplaciones. Y yo las acepto todas, incluso las que no comparto. Pero he hallado también, amparadas en la trastienda, en foros a los que llego por casualidad o por referencias, otra buena cantidad de cargas de profundidad llenas de baba, a veces da la impresión que de odio, no quisiera pensar que de envidia… Y es que no creo que nadie deba perder ni un sólo minuto de su vida en mí, líbreme Dios. Son ésas, precisamente ésas, las críticas que más me afectan y, lo reconozco, las que más tendría que aprender a sobrellevar, aunque todavía me cuesta. Y me cuesta porque he leído insultos gratuitos contra mí, contra mi trabajo, contra este blog, contra el medio de comunicación para el que trabajo… He leído interpretaciones torticeras y malintencionadas de mi vida y de mi trabajo que soy incapaz de asimilar porque no las comprendo. Pasa de todo, no le des importancia, me dicen. Ni puto caso, me dicen. ¿Pero a estas alturas todavía no has aprendido a hacer que te resbalen las babosadas?, me dicen.
Pues mira, no. Mentiría si dijera lo contrario. Yo prefiero, y lo digo de corazón, no recibir ningún comentario positivo sobre lo que hago que encontrarme con el esputo baboso de alguien que te escupe en la cara y sale corriendo. Para eso no estoy preparado. También es cierto que son pocos los que lo hacen, pero joden como si fueran muchos. Y es por eso, y porque hoy noto que arrastro un cansancio de meses, por lo que a veces me dan ganas de desaparecer y de volver a la felicidad del anonimato absoluto. Suicidando el blog -tranquilos, antes fallaré el premio Hai Roupa Tendida- conseguiría desaparecer un poco. También ha pensado que, firmando en el trabajo sólo lo imprescindible, lograría, a lo mejor, recuperar esa tranquilidad del carpintero que, habiendo hecho un buen mueble, no tiene ninguna posibilidad de ser felicitado en foros públicos, pero tampoco de ser maltratado. Y eso no tiene precio. En fin, que estoy un poco hasta los cojones. Ruego me perdonéis. A fin de cuentas, dicen que quienes tienen la intención de suicidarse de verdad no avisan…

El olor del dinero

Una historia para Sandra Mirás Fole basada en hechos un poco reales (sólo un poco).

Alessandra, la empleada del banco, estaba acostumbrada al olor del dinero. Según la hora del día, el día de la semana y la semana del mes, sabía perfectamente quién había estado en la oficina por el aroma que impregnaba caja fuerte. Por San Valentín y por Difuntos, la clorofila y las flores delataban que a Nievitas, la de la floristería, no le había ido mal con el amor ajeno y la muerte inevitable. Por Carnaval, en el búnker se podían masticar la manteca empalagosa de las orejas y el insulso sí pero no de las filloas, y eso quería decir que Regino, el de la confitería, había cumplido objetivos. El año se escribía en olores en el depósito de un banco en el que se respiraban cemento y ladrillos de la burbuja inmobiliaria, farandol de las peluquerías los viernes y, los jueves, inevitablemente, dinero con olor a callos. Cada época del año y cada negocio dejaban impresa una huella aromática a la que Alessandra se había acostumbrado, hasta tal punto que era capaz de identificar qué billetes eran de Fulano por el olor de su colonia; o de Mengano, el que a menudo salía en las páginas de sucesos del Faro, por el efecto espabilador que provocaban en sus compañeros y en ella misma los restos polvorientos de la cocaína. Y los cuartos de las putas, que olían a esa extraña mezcla de condón, saliva, chocho y toallita húmeda…
Sólo había un olor, un único aroma, que Alessandra no había sido capaz de relacionar con la mujer que, cada día, justo antes de cerrar, se acercaba a la sucursal para hacer un ingreso, dinero que desprendía un inconfundible y penetrante aroma a café.
Es normal que los cuartos del pastelero huelan a horno, los del veterinario a perro y los de Mercedes, la pescadera, a merluza del pincho y a nécora de la ría. A pan los del panadero, a vaca los del ganadero y a Embrujo de Sevilla los de doña Rosita, la del Couto Alto, viuda de comisario. Y que incluso los dineros del cura conserven en el momento mismo del ingreso el olor pacifista del incienso y de las velas, un perfume que encubre y disfraza el rastro ácido que dejan los pecados. Pero… ¿y el café? ¿Cómo es posible que todos los días, absolutamente todos los días del año, llegue a la ventanilla un fajo de papel moneda puro torrefacto? ¿Y cómo es posible eso en un pueblo pequeño donde no existe ningún negocio de tueste de grano?
Alessandra, corroída por la curiosidad, decidió por su cuenta y riesgo resolver el enigma. Se propuso saber, como fuese, el origen de aquellos billetes que, día tras días, incrementaban el saldo de una empresa de la que sólo conocía el nombre y un número de cuenta: Torres S.L. El dinero de Torres cerraba, como la sobremesa, el rastro de los platos anteriores y dejaba en la atmósfera un regusto a comida rematada.
Por fin, un día se decidió a preguntar:
-Perdona que me meta en lo que no me llaman pero, ¿cómo es que tu dinero siempre huele tanto a café?
La chica de Torres miró extrañada a la empleada del banco pero, con la seguridad de quien se sabe en lugar seguro, respondió:
-Muy fácil. El dinero que traigo cada día es la recaudación de un bar. Hace años nos atracaron y se lo llevaron todo. Ese día el señor Torres, mi jefe, decidió que había que buscar el mejor escondite para los billetes. Primero pensó en la basura, pero hubo un problema porque la señora de la limpieza echó directamente al contenedor los cuartos de una semana. Pero una vez que yo tiraba un solo largo para Mamerto, el de la funeraria, caí en la cuenta de que la mejor manera de guardar el dinero, la que utilizaba mi abuela, era enterrarlo. Supongo que relacioné el trabajo de Mamerto con lo de enterrar el capital, y se me ocurrió que la caja en la que echamos los posos de los cafés era el desierto perfecto en el que ocultar cosas de valor que nadie buscaría allí, un lugar húmedo, oloroso, sucio… A veces se acumula tanto poso que podríamos esconder sin levantar sospechas el cadáver de un niño pequeño. Y es por eso que, antes de venir aquí, desentierro de entre el poso conjunto los cafés de todos los que han pasado por el bar los billetes que voy ocultando según crece la caja. Y es ésa, y no otra, la razón del olor del dinero.
La chica del banco sonrió y registró en caja una nueva aportación de fondos a nombre de Torres, S.L.
Desde ese día, cada vez que Alessandra pide un cortado en cualquier bar le guiña un ojo al camarero. Para que sepa que guarda el sercreto.

Hai rabudo

Esta noche, 23.20. Televisión de Galicia. Programa Hai Debate. E non digo máis…
(Aporto documento gráfico por si alguno no lo vio).

El señor Antonio

Un amigo ourensano me echaba en cara el otro día, mientras entreteníamos la mañana del domingo cambiando muebles de sitio, que últimamente hay poca letra en este blog. Yo le explicaba que, en las últimas semanas, he tenido -y tengo todavía- la cabeza demasiado perdida en los vericuetos inmobiliarios, por un lado, y en las cosas del trabajo, por otro. De todos los trabajos absorbentes que en el mundo han sido, el mío es uno de esos que, por temporadas, te mata las neuronas a cañonazos.
Por eso y por otras muchas cosas, escribo menos. Pero hoy, en este momento en el que el caballo sobre el que vivo, con dos patas en Santiago y otras dos en Cacheiras, ha detenido su trote frenético en San Lázaro, voy a aprovechar para recordar y reivindicar la figura del señor Antonio, el portugués.
El señor Antonio era un criado a la vieja usanza, un jornalero a tiempo completo, un hombre esclavizado que trabajaba de sol a sol, como los personajes de Delibes, a cambio de poca comida y de la suficiente cerveza para anestesiar la miseria el mayor tiempo posible.
Cuando yo nací, el señor Antonio se deslomaba cavando los campos que rodeaban mi casa de la Salgueira, las tierras del señor Enrique, un pariente político de mi abuela ejemplo de cicatería e hijodeputismo elevados a su máxima expresión.

El señor Enrique, popularmente conocido como O Cabreira, había encontrado en aquel portugués esquelético la máquina perfecta: máximo rendimiento, mínimo consumo, sin familia, sin vida, sin obligaciones. Nunca supe cómo llegó a Vigo el portugués y qué circunstancias lo llevaron a dedicarle su vida al Cabreira y a sus tierras, a uno de los pocos hombres a los que le guardo rencor por otro capítulo que contaré en su momento.
Cuando pienso en el señor Antonio me viene a la cabeza la imagen de un hombre moreno, curtido por el sol como un fuelle de cabrito, delgado y con sombrero, que dibujaba en la tierra surcos derechitos en los que, con el tiempo, acababan saliendo patatas.
A media mañana, cuando el cuerpo mandaba parar, se sentaba en el muro de mi casa y se zampaba un bocadillo que siempre era de tortilla francesa, un refrigerio enorme y esponjoso, con pan de la panadería del Furaolas y huevos de aquellos en los que era casi tan grande la corrida del gallo como la yema. Yo me sentaba a su lado, con las piernas colgando del muro, y él compartía conmigo aquel tentempié del que casi devoraba más mi hambre infantil que su boca desdentada, agotada y extranjera. Después de eso, se fumaba un Celtas sin filtro y, antes de volver al sacho, escupía sobre sus dedos como quien se echara tres en uno en las manos.
Supe que el portugués dormía a menudo en la cuadra, con las vacas; supe que, con frecuencia, bebía para olvidar que bebía, y que la cirrosis se lo comió de dos mordiscos un día de abril por la tarde. Creo que Franco aún estaba de cuerpo presente.
Cuando el señor Antonio se fue, el Cabeira sólo echó en falta la mano de obra. Incluso estuvo por despertarlo de una hostia para que acabase de darle la vuelta a los terrones antes de morirse. Qué desfachatez, atreverse a morir sin haber terminado el trabajo. ¡Traidor! Si por él fuese, en vez de enterrarlo lo habría echado directamente al estiércol, no me cabe ninguna duda. Porque el señor Enrique era capaz de aquello y de cosas peores.
Por fortuna, la señora Carmen, prima de mi abuela y esposa del amo del señor Antonio, aportaba sentido común en aquella casa en la que vivían un hombre cicatero, cuatro vacas lecheras, dos mujeres hermanas y un portugués sin retorno. Y fue la señora Carmen la que se empeñó en que el señor Antonio debería ser enterrado como una persona y no como una cebolla, por mucho que su marido no encontrase más que objeciones.
La negociación fúnebre no fue fácil. Al señor Enrique se le desencajaban los ojos al pensar que debería ocupar una sepultura familiar -por cierto, de mi familia, no de la suya- con los cuatro huesos y las pieles del criado. Semejante acto de humanidad como es enterrar a un muerto le parecía, en este caso, una manera como otra cualquiera de tirar el dinero. Hubo discusiones, hubo más y menos, se habló en caliente mientras el portugués se iba enfriando, se hicieron juramentos…
Finalmente, después de mucho meditar y con el firme propósito de la buena de Carmen de enterrar a quien tanta patata desenterró, decidieron colocar al señor Antonio en un nicho no muy alto del cementerio de San Pedro de Sárdoma, en la zona familiar.
Pero el señor Enrique se ocupó de que, incluso en el tránsito a la otra vida, quedase claro quién es el patrón y quién el mandado. El portugués pasó a compartir espacio con mi familia pretérita, entre losas rubricadas en cursiva con los recuerdos de tus hijos, de tus hermanos, de tus nietos, junto a finos trabajos de marmolería y metal labrados para la posteridad.
Pero ni siquiera en la muerte somos todos iguales. Todavía hoy, la del señor Antonio es una de las lápidas más tristes del cementerio de San Pedro de Sárdoma: pobre, improvisada, sin letras de molde ni relieves, una especie de cartel pintado deprisa para anunciar que se vende una furgoneta. El rotulista más barato que fue capaz de encontrar el señor Enrique recibió el encargo de escribir lo siguiente: «Antonio Estévez. Recuerdo de tus jefes». ¡Hay que ser hijo de puta!

Chim pom!

Concurso cerrado. Ayer, a última hora pero todavía en plazo, entraron estas tres contribuciones de Gustavo Rivas. Y con ellas se acabó el certamen. Ahora dejadme, no sé ¿quince días? para reunir al jurado, deliberar y tomar una decisión. Disfrutad del fin de semana.

Título: ¡Hala, Celta!
Lugar: Campo de fútbol de Barreiro (Vigo). Viendo un partido del Celta B
Autor: Gustavo Rivas.

Título: Armas de muller
Lugar: A Graña, Covelo
Autor: Gustavo Rivas.

Título: O tren que me «lava» pola beira do Douro
Lugar: Oporto
Autor: Gustavo Rivas

Quizás la última contribución al concurso

Ya me extrañaba a mí que no saliera Italia. Gracias, Paula. Hoy cerramos el quiosco.


Título: Nápoles
Autora: Paula Regueira Leal

Muy breve

Sólo dos notas. Una: el viernes finaliza el plazo de recepción de originales para el concurso Hai Roupa Tendida 2006. A partir de ahí, el jurado se retirará a deliberar y, en cualquier momento, se hará público el fallo y el premio. Otra cosa: acabo de descubrir Chuza!, un proyecto que tiene buena pinta. Sus autores lo describen así: «Chuza! é un sitio de novas galegas que emprega un control editorial non xerárquico. Calquera pode enviar historias e a comunidade de internautas é quen as valora, as comenta e decide se publicalas na páxina principal, de forma que non intervén nunca a figura do editor… ler máis«. Gracias también a Chuza! por incluirme en sus chuzadas. Esta noche, si tengo un rato, os cuento cómo me fue esta mañana en el CPI de Val do Dubra, donde fui entrevistado por un montón de chavales de primero de ESO, toda una experiencia. Saludos.

La chica del híper

¿Nunca os habéis parado a observar lo que compra la gente? Yo lo hago a menudo, sobre todo cuando te hacen esperar en la cola del supermercado. Yo soy de los que lleva bastante mal el tiempo perdido; quiero decir, si me hacen esperar en algún sitio, tengo que buscar algún entretenimiento: leo carteles, leo folletos, mido mentalmente el local, observo la indumentaria de los que me rodean… Ya desde pequeño sentía la poderosa necesidad de aprovechar los ratos muertos para hacer algo y, así, cuando todavía me colgaban las piernas al sentarme en el váter, aprendí a aprovechar el tiempo leyendo. Primero, las letras grandes de las botellas de champú; después las pequeñas, las que dicen eso de Butyloctanol, Hydroxypropyldimonium Chloride, Sodium Lauryl, no ingerir… Después fui creciendo y descubrí lo entretenidos que eran, en La Voz de Galicia, los anuncios de Almacenes El Pote o Casa Barros, los ocho errores de Laplace y, sobre todo, la carta abierta de Augusto Assía; vamos, que me hice mayor leyendo envases y periódicos en el váter.
A lo que iba, que me disipo. La costumbre de estar pendiente de lo que ocurre a mi alrededor en los ratos muertos tiene su momento álgido cuando voy al supermercado, y hoy he ido.
En la caja rápida, máximo diez unidades, me tocó guardar cola detrás de una chavala rubia, con los ojos azules. No me llamó especialmente la atención su aspecto físico. Fueron los objetos que depositó sobre la cinta transportadora, muchos más de diez, los que despertaron mi interés. Ese detalle de colocar demasiados artículos en una caja rápida, unido a la ropa de la muchacha -no sé describirla, como de feria de hace diez años- me ayudó a hacerme una composición de lugar: la que me antecedía en la cola no era otra que una chica del Este de Europa, con poco dominio del español, que había venido a buscarse la vida a Galicia y que, como yo, hacía la compra un lunes por la tarde. Como la cola no avanzaba, me propuse comprobar mi improvisada teoría, así que me fijé en todo lo que la rubia había colocado sobre la cinta transportadora: huevos, salchichas, salsa de tomate, macarrones, arroz… Ninguno de los productos tenía nombre comercial conocido, todos eran de esa marca blanca que comercializa Alcampo y que tiene como símbolo un dedo pulgar levantado La lista era enorme, y cada artículo con su dedo pulgar encima, lo más barato, una compra de supervivencia.
Entonces, la vista se me fue a dos cosas que desentonaban completamente en el lote: una barra de labios de Margaret Astor y, atención,¡seis ratoneras! Cerraban la lista un paquete de Calgonit grande y un limpiador especial para eliminar la cal. Y, entonces, mientras la cajera le decía a la chica del Este que eran 45 euros y la chica del Este buscaba en su cartera los billetes de veinte y los miraba por los dos lados antes de desprenderse de ellos -como quien no conoce la moneda de un país extranjero-, yo empecé a preguntarme en qué clase de casa viviría esta buena mujer. Recapitulemos: aspecto de rusa ¿dije del Este? Más bien rusa; ropa de rusa; productos baratos, incluida una docena de huevos puestos en serie; dos productos caros para eliminar la cal y ¡seis ratoneras! Sí, ratoneras de esas de toda la vida, de las que atrapan con su muelle al ratón y le tronzan la vida y la columna vertebral como quien pisara una nécora.
Justo cuando más tiempo me hacía falta para recomponer el puzle y encontrar una epxlicación lógica a la vida de la que me precedía en la cola, la cajera me saludó efusivamente: «Buenas noches». La señora que tenía detrás empujó su carro y me obligó a avanzar. Cuando quise darme cuenta, la rusa se perdía con su compra de supervivencia en la rampa de subida al aparcamiento.
No me quedó más remedio que volver al mundo real y disponerme a conseguir ese objetivo que nunca logro en las colas de los supermercados: meter las cosas en las bolsas a la misma velocidad que la cajera las pasa por el lector de códigos de barras; tarea imposible. No existe nadie en el mundo que sea capaz de colocar toda la compra para cuando la cajera lee el total, os apuesto lo que sea.
Cargado con mis lechugas, mi bote de masilla Liteplast para tapar agujeros en las paredes y de seis portalámparas made in china, máximo 40 watios, me fui hacia el párking tratando de imaginarme si la rusa también se habría puesto a pensar en qué clase de persona compra masilla y lechugas a las ocho de la tarde.
Ya me disponía a salir con el coche cuando, de repente, detrás de una columna apareció la rusa cerrando el maletero de un 307 azul. Con gesto apurado, hablaba por teléfono con alguien impaciente. ¿Que cómo sé que al otro lado había alguien con prisa? Muy fácil. Porque aunque no sé ni una palabra de ruso, la rusa del supermercado le decía a su teléfono: «¡Xa vou, muller, xa vou, aínda estou no Alcampo, que parece que rejalaran as cousas de xente que hai!» «Que si, que vou dereita, que non paro…». Todo, con un profundo acento gallego interior, natural que no aprendido.
Una pegatina de Santa Comba en maletero del 307 azul me devolvió de un hostiazo a una realidad donde las rubias que visten raro no necesariamente tienen que ser rusas, donde las cosas no siempre son lo que parecen. Por cierto, y en eso sí que he debido de acertar; en Santa Comba tienen dos problemas: una plaga de ratones y demasiada cal en el agua. Buenas noches.

Qué manera de llover

Qué horror, viento, agua, más agua… Pulsa aquí, espera un momento y ya verás si el temporal que barre Galicia es serio o no…. 😉

Más efectos coñeros aquí: Netdisaster

Estamos de mudanza

AVISO: Además de la mudanza personal, me he cambiado también de proveedor de Internet. Así que es posible que, en los próximos días, no veais algunas imágenes del blog, incluido el cabecero. En cualquier caso, es una catástrofe controlada, que durará hasta que levante todo lo que tengo en ya.com (que en paz descanse) y lo asiente en R, la empresa en la que acabo de depositar mi confianza. Por cierto, darse de baja en ya.com ha sido más fácil de lo que parecía.
También están afectados por este cambio otros blogs cuyos cabeceros e imágenes acogía yo desinteresadamente: Troques de Concreto, Nación Pontevedra y Cuaderno Americano. Así que ruego a sus responsables que se pongan en contacto conmigo para renovar el inquilinato, por supuesto, sin cargo alguno. Pero es posible que tenga que fuchicar en sus plantillas. Lo dicho, disculpen las molestias.

PD: rabudo.com y Nación Pontevedra ya están arreglados.

Gente para todo

Retomo el contacto con el ciberespacio después de una semana de papeleos y trámites -algunos de lo más absurdo, pero imprescindibles- que apenas me ha dejado tiempo para cubrir las necesidades básicas. Por fin, delante de la tele para no perderme a Ronaldo en Siete Vidas, encuentro un rato para ponerme manos a la obra. Y tengo que poner por escrito una escena surrealista ocurrida el martes de la semana pasada en un notario de Santiago. Vamos a poner por caso que le ocurrió a un amigo mío.
Mi amigo, después de pasarse varios meses pensando si valdría la pena vender un riñón para comprar un piso, decidió que bien se puede ir tirando con un riñón solo; además, que se sepa, los ladrillos se revalorizan y los órganos no, si acaso se pudren. Después de hacer números con varios bancos y de decidirse por uno de un sitio donde la gente levanta piedras, toca el txistu y baila sobre un vaso, mi amigo se imaginó a él mismo descorchando una botella de champán para celebrar, en el 2036, el fin de su relación contractual con los del banco más grande del mundo, ahivalahostia!. Llegó por fin el día de poner todo por escrito ante notario. Y allá que se fueron mi amigo, la amiga y cómplice de mi amigo en esta operación inmobiliaria, la directora de la sucursal del banco donde rompen las piedras a cabezazos y una tal Mari Sol -el nombre es ficticio en parte aunque, en realidad, también tiene que ver con iluminación-.
El notario es una cosa que, por norma general, acojona. Aunque, por lo visto, no a la tal Mari Sol, una tipa rodada en este tipo de despachos porque en los últimos años ha firmado unas trescientas ventas de pisos como el de mi amigo. Sólo alguien que gana tanto o más que el notario es capaz de chulear a un tipo cuya firma es oro.
El notario es como el dentista: aún por encima de pagar sus servicios a precio de puticlub de Dubai, te obliga a esperar. Después, te despacha en un momentito, trata de convencerte de que te ha echado el polvo de tu vida y te vas a casa sin saber muy bien cómo alguien ha sido capaz de metértela y sacártela tan rápido que ni has tenido tiempo de enterarte.
La espera se alargaba en el notario. Y Mari Sol, impaciente, ante los clientes que estaban a punto de soltarle el botín que tardarán treinta años en pagar -una cifra muy pero que muy importante-, empezó a preguntar en voz alta:
-¿Qué pasa? ¿Pero aquí no hay tres notarios?
Alguien contestó: No, hoy está uno solo.
Y Mari Sol continuó: Sí, ya lo veo allá al fondo, ¡seguro que está rascándose los cojones!
A mi amigo, su amiga y a la del banco les chocó el comentario, sobre todo en un sitio donde todo el mundo va a arrreglar asuntos de escrituras, herencias, divorcios, todas esas cosas que joden y que te obligan a poner cara de circunstancias.
Por fin, les mandaron entrar al despacho. Mari Sol siguió haciendo comentarios burdos y grotescos en voz alta; eso sólo lo puede hacer alguien que va a salir de allí muchísimo más rico de lo que entró. Incluso revolvió los objetos personales del despacho e hizo comentarios sobre ellos.
Y llegó el notario del Ilustre Colegio de Notarios, un señor que no luce nada el dinero que gana a paladas; un tipo estresado, sudado, mal acabado…
El notario comenzó a leer las 21 hojas que, a precio de puticlub, unirían a mis amigos y al banco durante treinta largos años; la hipoteca en España es una de las únicas penas que se cumplen íntegras. Y en esas estaba, creo que hablando de lo del Euribor más 0.55, cuando mis amigos creyeron estar asistiendo al inicio de un terremoto: un ruido terrible, ensordecedor, como de motor diésel acatarrado, estremeció el despacho. El fedatario público ni siquiera levantó la vista del papel y siguió leyendo. Era como una escritura con tormenta de fondo. Mi amigo miró a su amiga y los dos a la directora de la sucursal. La única que no miraba a nadie era Mari Sol, que acababa de quedarse dormida en medio de la lectura más importante de la vida de sus clientes y que, con la cabeza hacia atrás y la boca abierta, roncaba como una motosierra.
La escena era surrealista: el notario lee que te lee, mis amigos escucha que te escucha, la del banco, paga que te paga y la Mari Sol, ronca que te ronca.
Se despertó al final, cuando no le quedó más remedio que firmar una escritura de la que no escuchó ni siquiera la introducción. Por cierto, para rubricar, un boli bic comido, gastado y cutre en una notaría lujosamente decorada, pero para los que viven de ella. Para acabar la escena, el notario abandonó el despacho, sabedor de que mis amigos, la del banco y la bella durmiente del bosque tenían «que hablar de sus asuntos» e intercambiar documentación y otras cosas que el campo no produce. Ojos que no ven…
Mis amigos se marcharon preguntándose cómo es posible que alguien se pueda dormir en una tesitura semejante. No hace falta ser notario para dar fe pública de que hay gente para todo.

Y otra más

Título: Tendido ferroviario de alta capacidad
Autor: Paco Rodríguez
Lugar: Antigua estación de Cornes, Santiago
Año: 2006

Secaderos del mundo

El concurso Hai Roupa Tendida 2006 ya había tomado dimensiones internacionales con la inclusión de varias imágenes captadas en Portugal. Ahora, Kiko Novoa amplía las fronteras de este certamen para enseñarnos cómo se tiende en Suecia. Celia García hace otra aportación fotografiada en Granada y Margarita, desde Vigo, manda más material con sello portugués, por un lado, y cien por cien galaico, por otro. Ahí van:

Título: (Non) Hai roupa viquinga tendida
Autor: Kiko Novoa en colaboración coa comunidade de propietarios de Staketgatan.
Lugar: Gävle (Suecia, a quinta provincia galega)
Ano: Sobre as 14:30 do 14 de marzo de 2006.

Título: Lavando Penas
Autora: Celia García
Lugar: Granada
Año: 2005

Título: Decadencia porteña
Autora: Margarita
Lugar: Oporto
Año: 2005

Título: Pobo galego restaurado
Autora: Margarita
Año: 2005

Título: Tendal con marquesina
Autora: Margarita
Lugar: Oporto
Año: 2005

Título: Tendal de emerxencia
Autora: Margarita
Lugar: Cangas de Morrazo
Año: 2001

Gracias a todos de nuevo. Mañana, si tengo un rato, os cuento una experiencia surrealista vivida esta tarde en una notaría de Santiago.

No sé qué tiene Pamplonaaaa…..

Estoy de vuelta (de muchas cosas, aunque en este caso me refiero al viaje del fin de semana). Más de mil quinientos kilómetros, el Camino de Santiago completo, aunque del revés y en coche, que han valido la pena. En Navarra hay muchas cosas que valen la pena, como -por este orden- los navarros y la comida. Y esos fueron los dos alicientes de una visita relámpago en la que tuvimos tiempo, a pesar de lo apretado de la agenda, de hacer un poco de todo, incluso de ver en un bar de Berriozar cómo Osasuna le ganaba al Barça. A mí el fútbol es una cosa que, más bien, me la trae floja. Pero cuando voy a Pamplona me dejo poseer un poco por el espíritu rojillo y me sorprendo vibrando con los goles navarros, qué cosas. Pamplona no es mal sitio para vivir y, si no, que se lo pregunten al Opus, que montó allí la sede central de su negociado. Quizás la sombra alargada del Opus Dei en Pamplona es lo que más me inquieta de la ciudad…, aunque ya me explicaré en otro momento, que me caliento y no era esto. El caso es que estoy de vuelta con las pilas cargadas. Y, ya en casa -por cierto, ahora que escribo «casa», anuncio a quien corresponda que mi vida en Cacheiras-Teo ha llegado a su fin, y que pronto volveré a ser un compostelano de derecho- he abierto el correo electrónico y me he encontrado dos nuevas contribuciones para el concurso Hai Roupa Tendida. Y ahí van:

Título: Castellanos de Castilla.
Autor: Juan Méndez
Lugar: Calatañazor. Al fondo: Restos del castillo medieval (sec. XI)

Y la otra:

Título: Colada polo vento
Autora: Celia García
Lugar: Porto
Año: 1991

Las dos ya están colocadas en el enlace a Flickr (arriba, a la izquierda). Gracias a los dos. Sigue abierto el plazo de recepción de contribuciones fotográficas sobre tendederos del mundo en mirasfole@yahoo.com

Cerrado por weekend

Se informa a los señores usuarios (y usuarias) que este blog permanecerá inactivo durante el fin de semana por desplazamiento de su responsable. Esta noche me meteré entre pecho y espalda una panzada de kilómetros, así que me disculparéis si los temas no avanzan como me gustaría. El lunes confío en volver con energías renovadas. Si se produce algún hecho urgente que haga necesaria una reflexión pública de este vuestro servidor, no dudéis de que me conectaré aunque sea en una gasolinera. Si no hay novedad, nos vemos a la vuelta. Por cierto, he decidido por decreto que el plazo de recepción de fotos para el concurso «Hai Roupa Tendida» finalizará con el mes. Os dejo una foto tomada ayer mismo por mi amigo Soler. Y como decía Super Ratón: «No olviden vitaminarse y súper mineralizaaaaaaaarse». Salud.

PD: La señora de la foto es Adolfina Becerra. Podéis leer su lamentable historia pulsando aquí. Después, a algunos se les llenará la boca diciendo que Galicia ha avanzado a pasos agigantados, que somos una potencia mundial… sí, en grelos.

Joder con el lunes

POR FAVOR, NO LEÁIS ESTE POST SIN HABER VISTO ANTES BROKEBACK MOUNTAIN, QUE YA HE TENIDO BASTANTE. QUEDÁIS AVISADOS.

Días así acaban con uno. Después de trabajar un domingo y empalmar dos semanas seguidas, la cabeza lo nota. Y más si, como es el caso, el lunes empieza frenético, con la actividad de un jueves. Muy satisfecho con la entrevista a Pepe Araújo, el concejal de Cultura de Ourense, la llegada a la redacción me deparaba dos hostias en la frente: sendos correos electrónicos de sendas lectoras «indignadas» porque, en la entrevista, Pepe contaba un detalle importante de Brokeback Mountain, algo que, según ellas, destripaba la película. Es discutible. Una era bastante respetuosa en su planteamiento, pero la otra dejó bastante que desear. Así que, con un gripón de mil pares que no me quito de encima a pesar del Augmentine Plus -que, por cierto, tiene unos horrorosos e intestintales efectos secundarios-, tuve que perder el tiempo respondiendo a las ofendidas lectoras con argumentos. Mi gozo de haber hecho una buena entrevista -cosa que mantengo- en un pozo. Me jode que todo el mundo se crea con autoridad para decirle a los periodistas lo que deben o no deben escribir, creo que ya lo he dicho en más de una ocasión. ¿A alguien se le ocurre meterse en el diagnóstico de un médico sin serlo? Sí, ya sé, Emma, se le ocurre, pero nadie se toma en serio al intruso. Aquí no, parece que los de fuera tienen licencia para decidir sobre el trabajo de uno. Matar al mensajero…
Pues en esas estaba cuando sonó la sirena de los bomberos. Y como yo soy el redactor que corre detrás de los bomberos, allá que nos fuimos Paquito y yo para encontrarnos, esta vez, una casa de tres pisos a punto de venirse abajo, cosa que leeréis mañana. Gestiones con la compra del piso, más gestiones con la venta del actual, mobiliarios, banco, quebraderos de cabeza, gripe, actualización informática en la redacción… A veces cuesta aguantar el ritmo. Después de toda la tarde en plena actividad redaccional, otra llamada nos puso sobre la pista de un barco que acaba de soltar amarras en medio de la autopista, con el consecuente Cristo de tráfico. Y venga, a buscar el barco. Así que la jornada que empezó mal -la verdad es que me sentó mal la «indignación» de dos lectoras más afectadas por conocer, según ellas, el final de una película que lleva tres meses en los cines, que por el tema de la entrevista en sí, que a mí me parece muy importante-. Por lo menos, el entrevistado llamó para felicitarme por el trabajo, cosa que no suele ocurrir. Eso y la hora de la comida, en la mejor compañía, fueron los mejores momentos de un lunes frenético. Tengo desatendido el concurso de tendederos, a ver si soy capaz de recuperar el tiempo perdido.
PD: Más gente de la que creí vio mi intervención en el programa Cuarto Milenio, de Cuatro. La verdad es que, para ser un programa de fantasmas -en todos los sentidos que queráis darle a la expresión, que hay mucha controversia al respecto- hicieron un trabajo bastante decente sobre este caso sobre el que se han corrido ríos de tinta, y sobre el que podéis saber más aquí. En fin, que ha sido un día de esos que valen por dos.

Treinta mil

Treinta mil gracias (me incluyo, que yo soy mi principal visitante, aunque 30.000 son muuuuuchas visitas). Según NEOcounter, en los últimos días han estado en http://www.rabudo.com personas de 24 países, sobre todo de España, claro. Pero ha sido curioso ver que se conectan en Taiwán o en el Congo, en México, en varios países de Sudamérica… Yo, como Roberto Carlos (el cantante, no el futbolista) siempre quise tener un millón de amigos. Así que gracias de nuevo.

Benvida a Orozco

Dou a benvida a este mundo virtual ao alcalde de Lugo, Xosé López Orozco, ao que podedes atopar en http://wwww.joselopezorozco.com. Como poderedes observar, hai quen non perdeu tempo para comezar a darlle leña, pero este mundiño é o que ten. Noraboa, alcalde, e que cunda o exemplo.

Jorge existe

Vengo de tomarme una copa en O Galo D’Ouro, uno de esos sitios irrepetibles como su dueño. Se extendió el rumor de que a Jorge Hombre, el propietario, le había pasado algo; se dijo que se había fugado para no volver; se comentó que tenía intención de traspasar el local. A tal punto llegó el rumor que hubo quien visitó a su mujer para proponerle hacerse cargo del negocio, como quien saquea a un muerto que todavía respira. Pero lo cierto es que Jorge existe todavía, y de qué manera. A lingotazos de güisqui, y mientras en la gramola de cedés cantaban por turnos Bony Tyler, Pavarotti y Elvis Presley, ahora tú, ahora yo, Jorge nos contó durante sesenta minutos la verdad sobre su ausencia y su verdad sobre el viaje más intenso y también el más peligroso de su vida: el que lo llevó a Mongolia. Este aventurero insaciable, viejo lobo que viaja sólo, nos describió las noches claras en la estepa; los dos meses que en los que convivió con un porteador, chófer y criado nativo al que contrató, todoterreno incluido, por seiscientos dólares; y relató como si leyese un gran libro de viajes cómo cambian los valores humanos a tantos kilómetros de distancia; y cómo bebió cerveza fermentada con escupitajos de mujer sobre leche de cabra, y escuchó sinfonías de lobos que le ayudaron a conciliar el sueño… Jorge sobrevivió a la nada con casi nada, se jugó la vida, las pasó putas para poder tener una experiencia irrepetible y, mira tú por donde, fue a estrellarse, qué ironía, cuando volvía en un taxi desde el aeropuerto de Barjas a Madrid. Subirse a aquel coche, con aquel individuo occidental, fue la experiencia más peligrosa de la travesía, tanto que estuvo a punto de costarle la vida y eso siempre se lo recordarán cada uno de los tornillos que le sujetan el húmero. «Venía de Mongolia cojonudamente de coco y, mira tú, para estrellarme en Madrid». A Jorge se le empañan los ojos al explicar cómo un taxista con poca pericia estuvo a punto de arruinar esa máquina de viajar que es él mismo. Pero, de todo su relato, me quedo con tres cosas: Cuando dijo aquello de «volamos en un Yakolev y ¡qué cosa! ¡llovía dentro!»; cuando se lavó en un río que difícilmente saldrá en un mapa con jabón de La Toja (contemplado de lejos por un puñado de nativas incrédulas); y cuando convenció a su compañero y porteador, mongol y desconocido, para subir una montaña después de todo un día de caminata para poder disfrutar de un momento irrepetible: ¡Cagar en lo alto de un monte teniendo a sus pies el desierto del Gobi!
«¡Gracias por haberos preocupado de mí!», nos dijo al despedirnos.
«A ti por existir», le contesté. Hacía tiempo que no disfrutaba así de una conversación.

Galiza centrifugada, nueva contribución

En esto de los concursos temáticos, los fotógrafos profesionales juegan con ventaja. Su ojo clínico es un escáner que no deja nunca de trabajar, y así luego nos deleitan con esos momentos irrepetibles que admiramos en revistas y periódicos. Que conste que el jurado que fallará el premio «Hai roupa tendida 2006» dará preferencia a los no profesionales sobre los que sí lo son -es de justicia-, pero no podía dejar de incluir esta maravilla que me manda mi compañero y amigo Xoán A. Soler. Todo trapo sucio merece ser lavado, incluidas banderas, insignias, saias da Carolina y farrapos de gaitas.

Título: Unha estrela ao sol, Galiza centrifugada
Autor: Xoán A. Soler

Sigo aceptando contribuciones sobre temática de tendederos en mirasfole@yahoo.com.

Cocinillas

Sí, ya sé, tengo el quiosco un poco desatendido. Pero es que la cabeza anda ocupada con transacciones inmobiliarias y proyectos de diseño. Estos días he descubierto maravillas como el programa Kitchendraw, con el que te puedes montar tu propia cocina y hacerte una idea bastante realista de cómo quedará. Ayer -mientras veía El Comisario, por supuesto, un clásico de la noche de los martes- estuve tres horas de reloj para aprender a usar el programa y para crear este proyecto, que no es definitivo pero que sirve de punto de partida. Como se me dé demasiado bien lo de diseñar cocinas, igual lo planto todo y me dedico a la carpintería, que fue lo que siempre me gustó, la carpintería y tocar la gaita. Gracias, en cualquier caso, por seguir estando ahí.

Siguen llegando…

Más contribuciones para el certamen «Hai roupa tendida». A ver si entre todos hacemos de esta cosa un fenómeno mediático… Tres mujeres estaban detrás de los tres objetivos que captaron estos momentos de clareo:

Autora: L. Dopazo Ruibal
Título: Á beiriña do río
Lugar: Lavadeiro de Marín
Año: 2006

Otra más:

Autora: Siloam
Título: «Vigo Bravú, AC (antes de Corina)» -El título lo pongo yo, no la autora-
Lugar: Zona no urbanizada de la Gran Vía de Vigo (Mantelas Street, Riobó y alrededores)
Año: 2006 (mira que se me hace familiar la zona….)

Y otras tres de Luísa:

Título: Estendedoiros
Autora: Luísa Diéguez
Lugar: Cerca del Rossio, Lisboa
Año: 2005

Título: Balneario Público
Autora: Luísa Diéguez
Lugar: Barrio da Alfama, Lisboa
Año: 2005

Título: F.C. Porto
Autora: Luísa Diéguez
Lugar: Oporto, beiras do Douro
Año: 2005

(Todas las fotos están ya disponibles en diapos a través del enlace de la izquierda, pulsando encima de la lavadora)

Casares y el tema que nos ocupa

Alguien me preguntaba el otro día sobre el doble sentido de la expresión «Hai roupa tendida». Yo estaba convencido de que era una frase de uso común, y de que en todas partes se utilizaba para advertir al interlocutor de que debería morderse la lengua ante la presencia de alguien que no debería escuchar lo que dice o está a punto de decir. Se usa sobre todo con los niños cuando se habla inoportunamente de Reyes Magos, Papá Noel o del Ratoncito Pérez, por ejemplo. También de sexo o, en general, de cualquier cosa que no convenga que escuchen los pequeños chivatos que son siempre los chavales. Pero, ya que estamos, he querido recuperar una columna del difunto Carlos Casares publicada en La Voz de Galicia en el año 2000, y que dice así:
Protección
Carlos Casares
15/09/2000

A miña tía Elvira, que debía ter vocación de cura porque lle gustaba moitísimo participar nas misas en voz alta, como se fose predicadora, era moi coidadosa coa inocencia dos pequenos. Cando estaba de tertulia coas amigas e andabamos os nenos arredor, se alguén falaba de algo que ela estimaba que non debiamos escoitar, pronunciaba unha frase que automaticamente puña as nosas antenas en garda, dispostos a non perder detalle: «Hai roupa tendida». Desa maneira prestabamos atención a cousas que, en caso contrario, terían pasado inadvertidas.
Unha versión laica e moi intelixente dese costume de outro tempo vinna o outro día en Vigo, mentres tomaba café na terraza dun bar. Nun momento, pasou por diante un coche pequeno pero aparatoso, coas ventaniñas baixas, unha música atronando, mesmo como se fose unha discoteca, e un conductor con gafas de sol, moi orgulloso non sei de qué, quizais do zafarrancho que metía. Unha señora que estaba perto da miña mesa, acompañada dun neniño, cando viu que este quedaba mirando para o coche, díxolle: «Dile al señor del bar que quieres más patatas fritas».

Por cierto, los que habéis anunciado vuestra intención de mandar fotos para el primer certamen fotográfico «Hai roupa tendida», no sé a qué estáis esperando. Podéis enviar vuestras contribuciones de tendederos curiosos del mundo a mirasfole@yahoo.com. Ya tengo decidido el premio y, en cualquier momento, cerraré por decreto el plazo de presentación de originales.

Y ooootra más… (esto marcha)


Título: Roupa limpa, parede costrosa
Año: 1998
Lugar: rúa Bami, El Carmen (Madrid).
Autor: Uxío Broullón.

Gracias, Uxío. Voy a dedicar la próxima media hora a crear un álbum en Flickr o algo parecido para que podáis ver todas las fotos juntas. Podéis seguir mandando vuestras contribuciones a mirasfole@yahoo.com. Ah, y no os hagáis grandes ilusiones con el premio, aunque yo creo que puede ser un bonito recuerdo 😉

Nuevo aspirante al premio «Hai roupa tendida»

Para que después digan que tender la ropa no es un deporte de riesgo…


Título: Secado por la vía rápida
Año: 2001
Lugar: A Sionlla-Santiago
Autor: Paco Rodríguez

Enviad vuestras fotos a mirasfole@yahoo.com

Nueva entrega del concurso «Hai roupa tendida»


Título: Tendal con experiencia relixiosa
Autor: Luísa Diéguez
Lugar: Barrio da Alfama, Lisboa (Portugal)
Año: 2005

¡Una nueva contribución al concurso «Hai roupa tendida». Por cierto, aprovecho para recordarle a todos los que tenían el propósito de participar que a ver si lo hacen, que no decaiga. Mirad qué cosas más maravillosas se pueden encontrar por ahí. La autora de esta foto reparó en un «tendal patriótico», un «totum revolutum de santos, virxes, flores de altar, pastores de Fátima, bandeira portuguesa e bragas talla XXXL». Desde luego, mira que le dan vistosidad a los tenderetes las fajas de siete leguas. Gracias Luísa, de todo corazón.

La vida es un suceso

Qué profesión más entretenida: el lunes de la semana pasada revienta una pirotecnia; a mediados de semana toca ver cómo los bomberos arrancan de un gurruño de hierros al conductor de un BMW estrellado en la AP-9; hoy le revienta una rueda a un avión que acababa de salir de Vigo y tiene que aterrizar en Lavacolla; accidentes de tráfico, de tren, de helicóptero, de avión, de moto, de globo incluso, atropellos, tiros, apuñalados, malos tratos, derrumbes, inundaciones, juicios, robos, atracos, estafas, crímenes pasionales, venganzas, ajustes de cuentas, decomisos de drogas, autopsias, redadas en puticlubs… Sí señor, llevo acumuladas grandes experiencias. Como el niño de la película, estoy en condiciones de decir aquella famosa frase: «En ocasiones, veo muertos». Y es que no hay que olvidar que vivir mata.

Interrogatorio

El juez: ¿Y cómo recogió estas declaraciones?
Nacho: Por teléfono
J: ¿Tiene una grabación?
N: No, sólo mis notas, las traigo encima
J: ¿Las frases entrecomilladas son literales?
N: Lo son.
J: Firme su declaración y puede marcharse, buenos días.
N: Buenos días.

Más o menos -lo aclaro, no vaya a ser que alguien me acuse de no ser literal- esto es lo que ocurrió esta mañana. Y para eso, desde las 11 hasta más tarde de las 13 en el juzgado. Las notas, ni las vieron. Pero el sistema funciona así y, si te citan, vas. Que no se diga que no colaboro con la Justicia….